Puchi, ¿me prestas al niño?
¿Para qué, Don Aparicio? ¿Para jugar? Pero Lionel casi no sabe, es chiquito...
Mirá, lo pongo por la derecha, al lado de la puerta. Cosa de que si se pone a llorar, estás vos al lado y lo podés sacar.
A
Don Aparicio, técnico de la categoría 87’ del club Abanderado Grandoli,
ese día le había faltado un jugador para un entrenamiento. El DT buscó
un reemplazante entre los pequeños que se encontraban afuera del campo
de juego, y allí estaba Lionel Messi, pateando solito una pelota contra
un frontón. Al verlo, Don Apa le pidió a Celia, la madre del chaval –a
la que llamaban Puchi- que se lo prestara para disputar aquel
partidillo entre gurrumines. Y ella, después de dudarlo durante unos
minutos, finalmente aceptó.
Aquella tarde del debut, fue
una jornada calurosa, como muchas en Rosario (el centro neurálgico de
la provincia de Santa Fe). El escenario fue un potrero ubicado bajo la
sombra de unas torres de cemento, bautizadas como ‘Barrio Fonavi’; un
complejo de torres de apartamentos humildes que aún albergaba a cientos
de familias obreras de la ciudad. Y Messi, precisamente, era un vecino
del barrio San Martín. Aquella canchita de tierra, despoblada de césped
y con arcos de metal oxidados, había sido fundada el 11 de febrero de
1981 como Club Abanderado Grandoli, y su sede funcionaba bajo la
arquitectura de una vieja casona lla mada CEF municipal n°8. El club,
incluso por estos días, siempre fue muy frecuentado por decenas de
niños que corren rabiosos detrás del pique indescifrable de un balón.
Lionel
Andrés Messi, hijo de Celi y de Jorge, era un niño excesivamente
tímido, que acudía al club martes y jueves con su mamá y su abuela a
ver los entrenamientos de su hermano Matías (su otro hermano, Rodrigo,
ya había sido fichado en las canteras de Newell’s). Su comportamiento
introvertido, cerrado, aunque inquieto, lo hacía pasar inadvertido
entre los pequeños de su edad. Hasta que un día, Lionel abandonó el
anonimato y comenzó a estar en boca de todos sus vecinos, quienes
creían ver en él a un verdadero fenómeno de siete goles por partido.
“Esa tarde me había tocado armar el equipo de la categoría 86 de
Grandoli. Yo creía que tenía a los siete jugadores, pero me di cuenta
de que todavía me faltaba uno. Con seis no podía jugar. Entonces, con
una remera y un pantaloncito con los colores del club en la mano,
empecé a mirar hacia la tribunita donde normalmente van los familiares
de los chicos, cerca del alambrado. Y lo vi a Leo... Chiquito, patear
contra una pared. Estaba con su mamá y su abuela, había ido a ver a uno
de sus hermanos, no me acuerdo si a Rodrigo o a Matías. Y entonces me
acerqué. Tras convencer a la mamá, lo hice jugar, aunque tuve en cuenta
que el nenito era pequeño, de la Categoría 87’. Y lo puse de defensa.
Vino una pelota, le pasó por la derecha y ni la miró. Por ahí llegó
otra y le cayó en la zurda. ¡Salió gambeteando como si hubiera jugado
toda la vida! No lo saqué nunca más. Jugó todo ese año en el equipo de
la Categoría 86 y después, cuando empezó la 87, se pasó con los chicos
de su edad. Hacía siete goles por partido, ya como delantero. Y sólo
tenía cinco años”, relató tiempo después su descubridor, don Salvador
Ricardo Aparicio, quien falleció a los 80 años cuando aún era DT de
Grandoli en sus horas de descanso como jubilado de la administración
del ferrocarril.
A principios del siglo XX, Aniceto Messi, hijo
de Angelo, oriundo de Recanati, Italia, fue uno de los eslabones de un
proceso inmigratorio que pobló a las ciudades del interior de la
Argentina de extranjeros dispuestos a iniciar una nueva vida lejos de
la miseria y las guerras que azotaban a Europa. Uno de sus hijos,
Eusebio Italo Messi Baro, nacido a unos pocos kilómetros de Rosario,
conoció, se enamoró y se casó con doña Rosa María Pérez Mateu, hija de
un agricultor catalán llegado a Sudamérica a finales del siglo XIX.
Tuvieron a una niña a la que llamaron Gladis. Y luego, llegó un varón:
Jorge Horacio Messi. El tiempo pondría en el camino de Jorge a Celia
María Cuccitini, una vecina del barrio Las Heras. De esa unión nacerían
cuatro niños, Rodrigo, Matías, Lionel y Maria Sol. Un miércoles de
invierno de invierno de 1987 nació Lionel Andrés. Fue minutos antes de
las seis de la madrugada del 24 de junio, el día que se conmemora el
nacimiento del automovilista Juan Manuel Fangio, del escritor Ernesto
Sábato, y la muerte del tanguero Carlos Gardel. Su alumbramiento se
produjo en el Hospital Italiano Garibaldi de Rosario, todavía en
funcionamiento en la calle Virasoro 1249, en la Zona Sur de Rosario. La
cobertura médica de Acindar, la metalúrgica en donde trabajaba Jorge
Messi, les había designado al obstetra Norberto Odetto, quien ya
conocía al matrimonio y había asistido a Celia en sus partos
anteriores. Lionel, nació en un parto natural, pesó 3 kilos y midió 47
centímetros.
Faltando poco para el año, Lionel ya caminaba,
generalmente, detrás de los gajos de un balón de sus hermanos. Para su
primer cumpleaños recibió de regalo su primera pelota y la camiseta de
Newell’s, club del que se enamoraría para toda la vida.
Como la
mayoría de los chicos de su edad, a los seis años comenzó la escuela
primaria en el Colegio General Las Heras, ubicado frente a la plaza
José Hernández, y vecino al campo del Batallón de Comunicaciones 121 de
Rosario. Precisamente, a unas pocas cuadras de la casa familiar que aún
permanece en la calle Estado de Israel.
Por aquel entonces su
micromundo se reducía a los partidillos en la calle y la escuela, lugar
en donde entablaría una gran amistad con una niña de su edad, Cintia,
quien actualmente es su mejor amiga. Cuentan que Leo aún recuerda entre
anécdotas las enseñanzas de Mónica Dómina, quien fue su maestra durante
primero, segundo y tercer grado.
Fanático del fútbol, Leo
padecía las horas de escuela y las tareas. Tenía dificultades para leer
de corrido. Pero con las botas, se lucía y dejaba a sus compañeros
tiesos como postes de luz. El fútbol ya era su vida y todas las tardes
lo practicaba en la calle junto a sus hermanos y vecinos, hasta que se
escondía el sol. El campo del Batallón era el lugar obligado para las
travesuras y los picados.
La posibilidad de emprender una
carrera en el fútbol llegó el 21 de marzo de 1994. Ese día, Lionel, que
ya había cumplido 7 años y fue inscrito con la ficha número 992312 en
Newell’s Old Boys, equipo en el que ya jugaba su hermano Rodrigo. Su
equipo fue bautizado ‘La Máquina de la 87’, y perdió el título en la
final, con un Messi que ya impactaba por su capacidad para regatear a
equipos enteros y por su don para anotar goles antológicos; como lo
hizo la tarde que les convirtió dos tantos en tres minutos a los niños
de El Torito. Por entonces, ya lo pretendían distintos clubes de Buenos
Aires, pero al final se lo llevó el Barcelona. El resto de la historia
es conocida por todos...