La grada ve otro partido. La grada late con un corazón especial. La
grada sueña, se emociona, tiembla. Vivir entre la marea blaugrana la
conquista de un título que nunca antes había ganado el Barça estremece.
Porque una cosa es ver a Guardiola llorar en el centro del campo y que
en la pantallas te repitan la imagen de Tití Henry consolándolo y otra
que las lágrimas de Pep hagan llorar a Maria, de 25 años, y a Luisa, de
18, y a Pepe, de 54, y a Rafel, de 53, y a tantos otros a los que no
pregunté el nombre, pero lloraban, por Guardiola, por Pep, por el
hombre que ha conseguido que este Barça sea el mejor de la historia,
porque ha ganado todos los títulos en juego, como aquel de las Cinco
Copas, tan grande, tan enorme.
Con la familia de Pep
Llora Pep y una acaba emocionándose, porque brillan los ojos y de
repente se escapa una lágrima porque te pones en la piel del entrenador
que se muestra vulnerable, que necesita a Alves para no caerse al
suelo, desplomado. Y Cristina, su esposa, aún llora más, como llora
Valentín su padre. Porque lo que ha hecho Pep es muy grande.
Vivir en la grada el partido entre banderas, bufandas, caras
pintadas, alegría, te da para entender que muchas cosas han cambiado en
el Barça desde la llegada de Guardiola. Ahora nadie se atreve a dudar,
ni siquiera en el minuto 87 con 0-1 en contra, nadie duda porque este
equipo ha hecho cosas tan grandes que a estas alturas no sería justo
dudar. Y cuando marca Pedrito la grada enloquece y de repente gritan
"Iniessssta, Iniesssta" porque Pedro les recuerda a Iniesta y el gol en
Stamford Bridge y porque Pedro e Iniesta tienen cosas en común, esa
parte de chicos normales, crecidos en la cantera, grandes futbolistas,
reflejo de lo que quiere Guardiola en un jugador.
Amor eterno al '10'
La prórroga es imposible vivirla sentados y con el gol de Messi
acaban todos arrodillados, declarando amor eterno a Leo Messi, el más
grande del planeta, el Balón de Oro, el FIFA World Player, el hijo
perfecto, el compañero perfecto. "¡Ha marcado con el escudo, Leo ha
marcado con el corazón blaugrana!", grita exaltado un chaval de 70
años. Y se lleva las manos a la cabeza como si no acabase de creérselo.
Marca Leo y a Juanjo Brau le da un vuelco el corazón porque si Messi
ha jugado esta final, si Leo marcó el gol de oro de la semifinal y en
el 110 (1+10) marca el gol de la victoria de la finalísima es gracias
al recuperador físico del Barça, que no es ángel, ni un mago,
sencillamente es un trabajador nato, un entusiasta trabajador, una
persona que cree en lo que hace y Leo le acompaña, le sigue porque
confía en él.
La grada se acuerda de Maradona -"a chuparla, oé"- y hace que todos
boten bajo el ritmo de una canción por todos conocida: "Bote, bote,
bote, madridista el que no bote".
Es una grada que se mantiene viva durante el encuentro por las
genialidades de Ibrahimovic, que es buenísimo, sí, es buenísimo, porque
la grada no deja de repetirlo, aunque ni marque, porque se empiezan a
apreciar otras cosas.
Más lágrimas, esto no hay quien lo aguante. Ver llorar a Pep provoca
escalofríos, es una sensación tan extraña, sí, son lágrimas de alegría,
de felicidad, lágrimas del que sabe ha entrado en la historia. Y llorar
es sano, es buenísimo, porque es una expresión de sentimientos y te
hace humano.
El capitán levanta la Copa y desde la grada parece un trofeo enorme,
quizá porque los ojos vidriosos provocan el efecto lente y todo parece
más grande. Y la gente se abraza, y se busca, y responde a las decenas
de mensajes, y busca al amigo, y canta el "Barça, Barça, Barça". Es una
locura, no es por el título en sí, es por vivir un hecho histórico.
Insuperable. Por Pep. Gracias a Guardiola.