Una figura y un currante, una
estrella mediática y uno de esos futbolistas que acaparan pocas
portadas, intercambiaron por un momento sus papeles para llevar al
Barça hacia su primer título esta temporada. Touré, con un jugadón, fue
Messi para meter al equipo en un partido que se había puesto feo y
Messi fue Touré para aguantar sin quejido alguno el duro marcaje de la
defensa del Athletic hasta que explotó, se puso los galones y, con su
fútbol desbordante y mágico, dio un puñetazo en la mesa para dejar otra
vez bien claro quién es hoy por hoy el rey.
Todo lo comenzó Yaya, que pese a que Gerard Piqué le recordaba justo
antes de que se pusiera la pelota en juego que no debía adelantarse
demasiado y que como en Stamford Bridge su puesto estaba a su vera, de
central, tenía algo en la mente. Pronto se vio. No se llevaba mucho de
encuentro cuando intentó una arrancada. Se fue de uno, de dos... llegó
hasta la frontal y no pudo más. Esperó pacientemente, sufriendo unos
primeros minutos de cierto nerviosismo en los que Toquero, ese otro
obrero del fútbol que se hizo famoso en las semifinales ante el
Sevilla, le hizo pasar por sus peores momentos. Se fue asentando y
volvió a intentarlo. A ritmo de medio tractor medio apisonadora se
'vengó' primero de Toquero, que justo antes le había hecho un caño,
dejó en la cuneta después a Llorente e hizo lo propio con Orbaiz, antes
de chutar con toda su alma y batir a Gorka. Jugadón a lo Messi y
golazo, sólo empañado por unas feas butifarras que dedicó a la afición
del Athletic.
Mientras Touré resoplaba y sacaba toda la rabia acumulada, Leo
aguantaba una patada y otra... y otra más. En silencio, se levantaba
una y otra vez del suelo sin excesivos quejidos ni aspavientos. El
crack argentino iba asumiendo lo que ya sabía iba a pasar, lo que el
propio entrenador del Athletic y algún que otro jugador rojiblanco
habían anunciado, ese fútbol al límite del reglamento que le persigue
allá donde va. Pero las pulsaciones de Leo iban subiendo a medida que
se le enrojecían los tobillos. Y explotó cuando la situación llegó a la
antinatura. De acuerdo con que dentro de sus funciones estaba recibir
alguna que otra caricia, pero el colmo era ver una tarjeta amarilla por
protestar. Medina Cantalejo se la enseñó en el minuto 49 y el argentino
resolvió la final en apenas un cuarto de hora. Pidió el balón y ya no
lo soltó. Probó una vez, ¡huy!, probó otra, ¡huy de nuevo! A la
tercera, ¡gol! A la cuarta dio una gran asistencia a Bojan para que
marcara el tercero y a la quinta, forzó una falta en la frontal de
Amorebieta que Xavi colocó en la escuadra. "Vuelvan a cabrearme", debió
de pensar. Como a Touré