No es sencillo fijar el momento en el que un jugador deja de ser uno
más en la generalidad y pasa a recibir la consideración especial que se
les da a los elegidos, a los cracks. En el caso de Lionel Messi, cabe
aventurar cuál fue el partido que le empezó a abrir las puertas de la
cima mundial que ocupa desde hace un tiempo. Fue hace tres años, por
los 8os de final de la Liga de Campeones, en el estadio Stamford
Bridge, ante Chelsea. Por entonces, Messi tenía 18 años, llevaba la
camiseta N° 30 y aún faltaba tiempo para que heredara la N° 10 de
Ronaldinho. Messi no era un desconocido. Ya impresionaba con su
velocidad para llevar la pelota y las gambetas, pero todavía no había
tenido la actuación deslumbrante en el gran escenario internacional.
En aquella noche londinense, los ojos del mundo futbolístico
empezaron a mirar a Messi de otra manera. Como los grandes jugadores,
no se intimidó por la trascendencia del encuentro ni por la envergadura
del rival. El rosarino estuvo poco menos que imparable por la derecha.
Aceleró y esquivó rivales hasta desquiciar a los marcadores del equipo
inglés. Una jugada pasó al recuerdo porque representaba en partes
iguales su talento y la violencia empleada por Chelsea para detenerlo.
En una corrida por la banda, le ganó a Robben, al que eliminó con un
"caño". De frente venía como una locomotora Del Horno, su marcador,
cansado del escurridizo Messi. Lo embistió con violencia y saña; el
rosarino no se lesionó porque alcanzó a esquivar parte del golpe. Del
Horno se fue expulsado, Barcelona ganó 2 a 1 y Messi fue consagrado
como el hombre del partido. Había establecido un importante mojón en su
novel carrera. El técnico de Chelsea, José Mourinho, quiso rebajarlo
con una ironía: "En Barcelona hay mucha cultura y Messi hizo teatro del
bueno".
Tres años después Messi vuelve hoy al mismo escenario con Barcelona
para enfrentar a Chelsea por un lugar en la final de la Liga de
Campeones. La serie está abierta y con pronóstico reservado tras el 0-0
en el Camp Nou. El rosarino ya dejó de ser una promesa para
transformarse en una figura de primer nivel dentro de un equipo que
cautiva con un juego ambicioso y lleno de recursos técnicos. Su última
demostración, el 6 a 2 Real Madrid, dio la vuelta al mundo como una de
las mayores exhibiciones de los últimos tiempos, en la que Messi
contribuyó con dos goles. Barcelona y Messi parecen hechos para
desafíos como el que hoy le propondrá el duro Chelsea.