Leo Messi apenas pudo
conciliar el sueño la noche del sábado, víctima de un profundo ataque
de desconcierto y de frustración por haber lanzado de forma equivocada
y hasta técnicamente muy por debajo de su nivel el penalti que acabo
deteniendo Riesgo, el meta del Recre. Leo, que disparó flojo y a la
derecha del portero, simplemente tuvo un fallo, disculpable,
intrascendente de cara a la victoria del Barça y por supuesto ajeno a
su voluntad de haber sumado otro gol para el equipo. Pero en su cabeza
se encendió una alarma. Y esa señal de alerta, que primero dio paso a
un cabreo monumental sobre el campo, le acabó provocando un desasosiego
que ayer por la mañana aún le hacía sentirse abatido, triste y sobre
todo meditabundo durante la suave sesión de trabajo en la Ciutat
Esportiva de Sant Joan Despí. Un comportamiento tan extraño en él,
siempre risueño y juguetón, que atrajo la atención de sus propios
compañeros y de parte del cuerpo técnico. Todos los mimos y atenciones
fueron ayer para Messi.
El primero en detectar que el error había dejado tocado al delantero
argentino fue un veterano, Sylvinho, que rápidamente fue a consolarlo
cuando Iturralde señaló el final del partido. Con los brazos caídos,
Messi no mostró ni el ánimo habitual para aplaudir desde el centro del
campo al público del Camp Nou. No estaba para nada y menuda noche que
debió pasar con ese maldito lanzamiento dándole vueltas en la cabeza.
Por la mañana su ánimo no había mejorado. Luego del rondo se quedó
sentado sobre un balón, solitario, mientras los suplentes trabajaban.
El propio Eto"o fue dos veces a hablar con él para tratar de levantarle
el ánimo, luego se le acercó Tito Vilanova, consciente de que estaba
cogiendo frío por la humedad del campo, y le abrigó con una sudadera.
No quería irse al vestuario, así que acabó recostándose en un lateral,
también solo. Piqué le dio unas palmaditas y alguien del cuerpo
auxiliar también fue a intentar arrancarle una sonrisa además de
rogarle que se abrigara.
Finalmente se levantó para irse a comentar la jugada con Pinto, un
tipo de esos que no le dan tantas vueltas a las cosas y que con dos
gestos y cuatro palabras pareció erradicar de la frente de Leo esa nube
negra, pasajera, que le oscurecía el ánimo. No hay mejor terapia, sin
duda, que el paso de las horas y el afecto de un grupo que también ha
aprendido que cada jugador tiene su particular forma de afrontar los
hechos. Messi fue el último jugador, pese a que que no tenía la
obligación de quedarse en el campo ni de entrenar tras realizar un
breve rondo, en abandonarlo para irse al vestuario después de una hora
larga de profunda meditación. ¿Curado? Por supuesto que sí.