Eric Abidal cumplió su palabra y no le hizo una falta a Diego. Ya se encargaron de ellos el resto de defensas galos
Messi y Maradona. Maradona y Messi. Son el alma de Argentina. Ellos
dos, solo ellos dos, fueron aplaudidos y aclamados cuando pisaron el
césped del Velódromo de Marsella. A Diego, incluso, le obligaron a
aplaudir. Corearon su nombre: “Dieeeegooooo, Dieeeegoooo …”. Las únicas
pancartas en el estadio eran para darle la bienvenida. Su figura, su
imagen, el peso de su historia, eclipsan todo lo demás. Menos a Messi.
Leo fue largamente vitoreado cuando por megafonía anunciaron su nombre
en una noche gélida, con una sensación térmica más propia del Polo
Norte que del Mediterráneo.
Era el primer acto Maradona-Messi.
El primer encuentro entre el pasado y el presente. Y Diego, fiel a la
palabra dada, permitió que Leo jugara a su antojo, como lo hace en el
Barça. Arrancando por la derecha y ocupando los espacios que él decide
en el momento que él quiere. Y Argentina, sabiéndolo, le buscó
desesperadamente. No importa que no lleve el 10, que se lo haya quedado
Riquelme en Buenos Aires. El 18 le sienta muy bien.
Leo salió
motivado. Helado, eso sí, pero con ganas de ser protagonista en un día
tan especial para él. Quería agradar a Argentina. Y a Diego. En los
primeros cuarenta y cinco minutos fue, sin duda, el jugador más
determinante de su selección. El que más balones tocó, el que más juego
provocó y el único, salvo en la jugada del primer gol, que puso algo de
emoción con una espectacular galopada que ni siquiera Gallas, con una
sucia entrada que le costó una cartulina amarilla, pudo evitar.
A
los seis minutos había lanzado una falta y al cuarto de hora un centro
suyo desde la derecha a punto estuvo de ser gol en propia puerta de un
defensa francés. Sus compañeros le buscaban para que fuera él, con su
mágico arranque, sus zigzas imposibles, quien pusiera en aprietos a la
sólida y dura defensa francesa. Tampoco Leo se salvó de las acometidas
del madridista Lass Diarra, más preocupado en dar patadas que en
construir fútbol. A punto estuvo de provocar una tangana por sus faltas
a traición. A Messi le dio un pisotón intencionado y Leo, en el
descanso, se lo recordó al árbitro.
El azulgrana estuvo mucho
más activo e intervino más en el primer tiempo. En el segundo se diluyó
como todo el combinado argentino y tuvo menos presencia en la
organización. Cuando no buscan a Leo y él no se ofrece, transcurren
demasiados minutos sin crear peligro. Permanece poco tiempo en la
franja derecha, desde la que es letal en cuanto pone la directa.
Jugando en punta, de nueve, toca poco balón y eso es malo para él y
para Argentina.
Mientras, Maradona lo escrutó todo de pie
derecho. No perdió ripio desde la zona técnica. Gritó poco y corrigió
lo que pudo. Y puede ser que de tan imbuido que estaba en el partido se
le olvidara hasta de hacer cambios. A Francia se trajo a 23
futbolistas, pero no hizo ningún cambio hasta el minuto 80. Y la
verdad, venir de turismo a Marsella con este frío no apetece nada…
Seguramente
en Argentina continuará el debate sobre la diferencia de rendimiento de
Messi en el Barça y con su selección. Urgentemente hay que decir que el
fútbol que despliegan unos y otros no tiene nada que ver. El Barça
juega la pelota a una velocidad desconocida para los pupilos de
Maradona. Nada que ver… El Barça abre el campo, provoca espacios.
Argentina los cierra. Los jugadores no se buscan abiertos, quieren el
balón a los pies.
La noche, gélida, ventosa, acabó como Leo
Messi había soñado. Con un gol marca de la casa que aniquiló a Francia
y certificó el triunfo de una Argentina con oficio, poco fútbol, pero
resolutiva. Un gol para regalárselo a su país, a su selección y, sobre
todo a Diego en su primer día de vida en común.
Un gol que
demostró, por enésima vez, el talento infinito de este chico cuando
encara la portería. Una combinación perfecta con Tevez, recién salido
por Agüero, permitió a Leo irse como una exhalación hacia la meta
francesa. Puso la directa, dejó atrás a Gallas y Mexes y dentro del
área soltó su veneno. Un golazo. Ahí acabó la contienda. Maradona,
cuando terminó el partido, se abrazó uno a uno a sus jugadores con
orgullo y felicidad, porque derrotar a Francia en su hogar da prestigio. Messi
tuvo mucho que ver. Además, salió sano, que también era muy importante.
Abidal cumplió su palabra y no le hizo ni una sola falta. De eso se
ocupó su compañero Diarra.