Número uno del mundo, tiene rendidos a sus pies al Camp Nou y a toda Europa, pero no es profeta en su tierra.
Considerado el salvador de una selección en crisis, Lionel Messi
convive en su país con la extraña sensación de ser un jugador sin
afición. El hecho de que sus compatriotas lo hayan descubierto tarde
-incluso cuando ya había debutado en el primer equipo de Rijkaard- y el
no haber jugado nunca en un club de Primera División de Argentina, lo
ponen en una situación de desventaja: todos le admiran, lo tienen en
sus equipos de la PlayStation, lo siguen por TV, pero no le brindan su
apoyo incondicional.
Por el contrario, los medios lo cuestionan,
le exigen que muestre el mismo nivel del Barcelona y en las tribunas se
le rinde más devoción a jugadores de rasgos más populistas como Tévez o
el propio Mascherano. Ellos han jugado en Boca y en River mientras que
a Leo lo han visto triunfar en el fútbol extranjero. Messi es querido
pero no cuenta con hinchada propia. Increíble, y tan injusto como real.
Messi
ha tenido que convivir con la idea de sentirse evaluado en cada
partido. Le sucedió con Pekerman, cuando el ex seleccionador lo relegó
en el banquillo y le quitó minutos en el Mundial de Alemania. La gente
y la prensa, claro, pedían a Tévez. Luego, con Basile en la
albiceleste, tuvo que soportar una ‘riquelmedependencia’ del
seleccionador que le terminó costando su cargo al frente del equipo
nacional. Con la llegada de Maradona todo cambió. Diego le dio más
protagonismo y buscó hacerlo dueño del equipo. Le entregó el dorsal 10.
Lo ubicó cerca de Verón, su padrino futbolístico. Y se peleó con
Riquelme, sin que el rosarino tuviera que ver en ese lío. Sin embargo,
ante la falta de resultados, la parafernalia mediática profundizó sus
críticas hacia Diego y aumentó las exigencias en torno a Lionel. Sin
equipo, sin funcionamiento, la Argentina se sostiene en las botas de
Messi.
A pesar de que las fallas estructurales no potencian su
juego, todo lo contrario, lo aislan, lo dejan solo contra el resto del
mundo. A pesar de que Tevez no funcionó como compañero de ataque. A
pesar de que los aficionados siempre están dispuestos a ovacionar a
otros futbolistas de clase media que al propio mejor jugador del
planeta, Messi lleva la carga sobre su espalda de ser el crack que debe
sanar a su selección. Sólo él puede hacer el milagro. El mejor de
todos. El crack, sorprendentemente, sin afición.